Prometí escribir más este verano y no lo hice pero, en su
defecto, fui haciendo acopio de todas las pequeñas cosas que, tarde o temprano,
os quería transmitir, dando énfasis a la labor de bloquear a ana y vivir los
pequeños grandes momentos que nos regala la vida.
En primer lugar, he dedicado unas horas a pensar en todo
aquello que en su momento me parecieron “excesos” o, más bien, ana me hizo
pensar que lo eran. Esos instantes después de comer algo en los que, de forma
irracional a más no poder, piensas que vas a engordar una barbaridad y que te
has pasado mil pueblos. Aquellos, que hayan sufrido por culpa de la anorexia o
la bulimia, sabrán de sobra la sensación que estoy intentando reflejar en estas
últimas cuatro líneas. Es entonces cuando he podido recopilar la siguiente
lista: un negritón, un par de bombones helados de chocolate blanco con
almendras, un chococlack y numerosos helados más; varios cachopos asturianos;
unos cuantos bocatas de Nocilla; casi veinte bolsas de regalices rojos; un
brownie con helado de vainilla; otras tantas hamburguesas, por no hablar de las
pizzas; un par de chocolates con churros; dos o tres tartas de queso; unas
doscientas patatas fritas; cuatro bombones belgas; dos bocatas de pan con
chocolate…
Por otro lado he dedicado, aún más horas, a redactar esta
otra lista titulada “los momentos del verano que me han hecho sentir viva”: cabalgar
las olas con una tabla de surf; cantar canciones de campamento con mi grupo
scout; descubrir nuevas playas; visitar unas cuevas maravillosas; risas; más
risas; hacer una media de treinta hoyos y castillos en la arena con mis
sobrinos; ir al cine; jugar a las cartas; columpiarme en un día de viento;
bucear; recoger conchas de paseo por la playa; jugar con los peques de la
familia; abrazos, muchos abrazos; dormir la siesta con mi sobrina de un año
aferrada a mi brazo; cantar; admirar la naturaleza; coger cangrejos; dar de
comer a un bisonte; carreras en los karts; atardeceres sobre el mar; y más,
muchísimo más.
El caso es que, de no haber hecho todo lo que está en mi
primera lista, significaría que aún sigo enferma y no me permito nada calórico
en mi dieta. Y, si esto fuera así, seguiría tan deprimida y amargada que me
habría sido imposible disfrutar o, más bien, apreciar, todo lo que está en mi
segunda lista. Eso por no hablar de que quizás estaría ingresada o bastante mal
como para no poder haber llevado la vida que he llevado estas vacaciones.
Como dato objetivo, y lo digo por si alguien por casualidad
está pensando “sí bueno, ella come todo eso y disfruta pero será porque no le
importa coger peso en absoluto” os diré que, tras tres meses de vacaciones,
sigo pesando exactamente lo mismo
que cuando las empecé. Y, aunque sé que esto no tiene por qué importar, me parece
una buena razón para dejar de rayarse por tonterías y disfrutar un poquito más
de la vida. ¡Que ya va siendo hora!. Y que, aunque hubiese cogido peso este
verano, me daría igual, porque al releer mi segunda lista sigo sonriendo y
pensando que todo eso vale mucho, mucho más, que el privarse de tomarse un
helado por miedo a coger 200gr.
Así que ya sabéis, mi consejo es que disfrutéis de la vida,
con toooodo lo que os ofrece. Yo, a veces, creo que pagaría para que el momento
en el que me tomo un helado con mis sobrinos entre risas fuese eterno. Ana me
ha privado de multitud de momentos, momentos que jamás volverán, pero cada día
puedo decidir que esto quede en el pasado, que no se vuelva a repetir nunca
más. Porque la vida es eso, momentos, y si algo o alguien nos priva de ellos o
nos hace vivirlos de manera amarga, ¿qué nos queda?