viernes, 28 de agosto de 2015

¿EN LAS DURAS Y EN LAS MADURAS?

Ayer mantuve una conversación con una amiga y compañera del hospi, en la cual me decía: “yo creo que tú y yo somos unas personas que nos preocupamos demasiado por los demás y luego, en el momento que lo necesitamos, no se preocupan de la misma manera por nosotras”. 

A lo que yo contesté: “acabas de describir al 90% de las chicas que sufren anorexia, que somos demasiado empáticas, lo damos todo por los demás, nos duelen sus problemas como si fuesen nuestros y luego no nos suelen responder con la misma moneda”.

Habíamos estado hablando de una típica (digo típica porque, por desgracia, en estos años se ha convertido en una situación bastante repetida) mala pasada por culpa de una “amiga” de ella, que le había dicho que ya no quería que siguiesen viéndose porque estaba cansada de que siempre se quejase, llorase y hablase de lo mismo. Yo le dije que no le diese tanta importancia. ¡Anda que no me han venido con esas en estos seis años! (y me sigue pasando…)

Por un lado, hay que entender que la gente se canse de nosotras. Al fin y al cabo te ven sufrir por algo que para ellos es absurdo (te quejas de estar gorda cuando, en realidad, no lo estás). Claro que para nosotras no es absurdo porque, aunque lo externalicemos así, detrás de eso hay muchísimo sufrimiento y problemas que no son sencillos de ver, por decirlo de alguna forma. Por otra parte, es verdad que a nuestra edad, en general, las chicas van mucho de “amigas para siempre, en las buenas y en las malas, en las duras y en las maduras”, pero cuando hay “más duras que maduras” tienden a huir. Sin embargo, hay que buscarle el lado bueno a todo. Es verdad que por culpa de ana mucha gente se va de tu vida, te hace quedarte algo “aislada”, pero también descubres quién está ahí de verdad, quién te quiere a rabiar y quién va a mover viento y marea, por muy repetitivas que sean vuestras conversaciones, para verte sonreír. GRACIAS A TODOS LOS QUE OS HABÉIS QUEDADO A MI LADO. VOSOTROS SABÉIS QUIÉNES SOIS.

Siguiendo con nuestro “whatsappeo” de ayer, me gustó algo que ella me dijo, que creo de suma importancia cuando pasas por este proceso, y es que “es consciente de que la gente no entiende la enfermedad y por eso se desesperan”. Esto le llevó a decir: “a veces me gustaría ver a mis amigas en mi piel y ver qué harían”. 

Pues claramente no, no lo entienden. En la mayoría de los casos no lo entendemos ni nosotras mismas. Es una enfermedad enormemente “puñetera”, imposible de comprender y de saber lo mucho que se sufre si no la has tenido. Pero, precisamente por esto último, es por lo que debemos intentar no tener en cuenta ciertos comportamientos ajenos, sobre todo a ciertas edades. Cuando estás aún en el colegio-instituto y la gente huye de tu lado, no se lo puedes tener en cuenta. Al fin y al cabo se sigue siendo un niño y no se puede pretender que un niño lo comprenda. Por eso, perdono a todas esas amigas que se fueron de mi lado en su momento por pura impotencia y desconocimiento. Es ahora cuando encuentro a esas otras que me dicen que, aunque no consigan comprender la anorexia, me apoyan a muerte. Esas amigas gracias a las cuales hoy puedo decir que he vencido, casi casi del todo, a ana.

Mamá, aprovecho este último párrafo para que comprendas por qué algunas de nosotras seguimos manteniendo el contacto. A veces somos las únicas que nos podemos entender. Bueno, a veces no, siempre. Lo que pasa es que yo tengo la suerte inmensa de tener una madre como tú que ha hecho todo lo que estaba en su mano y más, mucho más, desde el minuto cero en que enfermé para comprenderme, arroparme, apoyarme y consolarme.

Dejando esto aparte, y para no agobiar ni sentir “el rechazo” de esas amigas o compañeras a las que le cuesta comprenderlo, nos necesitamos para desahogarnos. ¡Gracias chicas! (Las únicas dos con las que hablo y a las que quiero un montón saben quiénes son).

Lo que me gustaría conseguir con este post es que hicieseis un esfuerzo por leer todas mis entradas e intentar así comprender un poquito más a un colectivo enormemente incomprendido. Intentar transmitiros el dolor que se experimenta con esta enfermedad. Lo que se esconde detrás. ¡GRACIAS!

P.D.: Al final este post ha terminado siendo el post del agradecimiento a los que se han quedado a mi lado jajajajja


martes, 25 de agosto de 2015

Triste sociedad...

Estoy segura de que si alguien consiguiese implantar en cada una de las personas que forman nuestra sociedad el sufrimiento tan intenso de una persona que sufre anorexia, la sociedad cambiaría y habría muchas más campañas para que la gente se quisiese a sí misma y no tantas para que se odiasen. Menos cuerpos perfectos y más cuerpos normales. Más amor y menos enfermedad.

sábado, 22 de agosto de 2015

YO VS. COMIDA

Día de lluvia… Supongo que llevo ya un tiempo intentando escribir este post, pero me cuesta empezar a hacerlo. Ya cuando inicié mi aventura “internaútica” una seguidora me preguntó que qué es lo que sentía frente a un plato de comida. Espero que este post cumpla tus expectativas y que, a los demás, les permita ponerse en el lugar de una persona que padece anorexia o, como nunca es tarde si la dicha es buena, en el de alguien que padeció anorexia y se sintió incomprendida.

Al igual que cuando he hablado de los espejos, la distorsión y algunas otras características propias de esta enfermedad, he de decir que para la relación con la comida también hay fases. Por ello os contaré las diferentes etapas por las que yo he pasado a lo largo de la enfermedad con respecto a ella.

“LA COMIDA, MI GRAN ENEMIGA” podría ser un buen título para un libro sobre el inicio de la anorexia. Ya que así es como todas las chicas ven la comida a lo largo de este duro proceso. La pena es que este “eslogan” turbe tu mente y no te deje ver que la gran enemiga no es la comida, sino tú misma, la enfermedad y, si me dejáis decirlo, la propia sociedad en la que vivimos (porque, haciendo un inciso, ¿nunca os habéis parado a pensar en que todas las modelos de anuncios de comidas, como pueden ser los de los helados, son delgadísimas?).

Mi hermano mayor le contaba a mi prima una vez lo doloroso que era verme ahogada en un mar de lágrimas frente a unas pocas hojas de lechuga. Esto es algo que se me ha quedado grabado a fuego. ¿Qué podría estar pasando por mi cabeza en aquel entonces para sufrir y derrumbarme frente a un poco de lechuga? ¡LECHUGA! ¡Que es, creo yo, la cosa más poco calórica que existe en el mundo! ¡Que podríamos pasar el día tomando lechuga y equivaldría a no estar comiendo nada! 

¿Qué nos pasa con la comida? ¿Qué significa la comida para nosotras? ¿Qué es lo que depositamos en ella? ¿Rabia? ¿Incomprensión? ¿Tristeza? ¿Enfado? Sea lo que sea, creo que a día de hoy, no sé explicar por qué un filete de pollo o cualquier otro alimento insulso pueden causar tanto pavor en una persona. Y digo pavor porque el cuerpo se te pone tenso, te entran ganas de llorar, de gritar a todo el mundo, de estampar el plato contra la pared… y no sabes por qué. Es tal el grado de control del bicho que por tu cabeza solo pasa una y otra vez, como si de un disco rayado se tratase, la palabra GORDA. Pero, ¿y qué pasa cuando cortas un ridículo trozo y te lo metes, con los ojos apretados, las lágrimas por las mejillas, el cuerpo tenso y las piernas “con el baile de sambito” (así le llama mi padre), en la boca? Empiezas a masticarlo como si fuese la cosa más asquerosa del mundo, intentando apenas saborearlo, te lo tragas y las lágrimas se acrecientan. A veces no lloras, simplemente te quedas mirando a un punto fijo, rabiando por dentro, con “el baile de sambito”… hasta que puedes salir de allí corriendo.

El reposo después de la comida puede llegar a ser aún más infernal que la comida. De ahí la importancia de estar entretenida y acompañada. Pero bueno, más adelante dedicaré una entrada a este tema.

Seguimos con la comida. He empezado poniéndome en la situación en la que la enfermedad está muy activa. De hecho, os diré aquí en petit comité que mi prima supo de mi recaída porque, según ella, otra vez empezaba a mirar la comida como si me fuese a matar, a dejar mucho en el plato, a hacer trozos pequeños… Pero, sobre todo, por la forma de comportarme en la mesa, centrándome en mi plato con la cara desencajada. Llegó un día en que ya se me notaba tanto que me obligó a echarme más y entonces, en el momento en que decía “no quiero”, fue cuando exploté a llorar. No quería admitir que había recaído. Fue uno de los días más duros de mi vida. El bicho se había apoderado de mí completamente, cualquier trozo de comida que rozaba mis labios era similar a que me clavasen un cuchillo en el abdomen. Pero no quiero hablar de esto ahora. De esto hablé en mi carta, ahora quiero hablar de la comida.

Si avanzamos más allá en el proceso de la enfermedad, llegamos al punto en que eres consciente de que tienes que comer porque si no te mueres. Ahora comes, pero no puedes evitar seguir el cucharón que va de la fuente a tu plato para decir “para, para, para, ya está” a la más mínima. Vamos, que comes sí, pero nada y menos. Sigues teniendo mucho pánico a la comida. Comes, pero si están contigo y te obligan. Si te quedas sola no eres capaz de comer. 

Y después viene el punto en el que no quieres que se te note que tienes un problema, así que tratas de comer como los demás (bueno, si puede ser un poco menos sin que se note, mejor que mejor). Hasta sueltas frases como “¡qué rico!” o “¡qué bueno está esto!”. Frases que, por desgracia, no te las crees ni tú… Pero el después… Ese batido que te has tomado porque todos lo han hecho y tú no ibas a ser menos… Como se hace notar el remordimiento luego… Si estás en esta fase vas por buen camino porque en unas semanas ya no te acordarás del batido, te acordarás de que pasaste una tarde estupenda con tus amigas.

¿Cuándo sabes si estás superando la enfermedad? Pues supongo que cuando te permites darte caprichos sin que nadie te obligue a ello y te dices después a ti misma: “si todo el mundo lo hace, ¿por qué yo no?” Y cuesta, jolín si cuesta… Como lo que más… Pero luchar contra esa idea absurda de que el helado que te acabas de tomar te va a engordar dos kilos es lo mejor que puedes hacer para callarle la boca al bicho. Yo ahora estoy en esta fase, pero hay días muy difíciles, sobre todo después de tantos años, porque cuesta años llegar hasta este punto y todos tenemos recaídas. ¿Un consejo? Pon en una balanza el helado con el momento que has pasado mientras tomabas el helado. ¿Con qué te quedas? ¿Con el helado y sus calorías o con las risas, las anécdotas y la compañía de la situación? A mí me ayuda mucho pensar en esto último. Hoy, por ejemplo, he ido con mi familia a comer a un sitio en el monte donde prepara solo barbacoa. Estaba llena y me sentía algo incómoda. Al llegar el postre (solo había helados) todos se han pedido almendrados de Magnum y, después de pensar mucho, me he dicho: ¿por qué no voy a ser yo como ellos? Y me he tomado mi helado. ¿Después? Después como es un día de lluvia no he tenido nada de actividad. Llevo toda la tarde en casa sin hacer nada en especial. ¿Remordimientos? ¡Fuera! Hemos pasado un rato genial ¡y las vistas, aunque nublado, eran espectaculares! ¡QUE UN DÍA NO ENGORDA A NADIE! ¡Y DOS TAMPOCO! Jajajaja 

Como siempre, no sé si os puede servir de ayuda mi experiencia. El último consejo que os doy es que veáis la comida de forma objetiva (es la gasolina de nuestro cuerpo y sí, seguro que este ejemplo del coche y la gasolina estáis hartos de oírla, yo también lo estaba, pero es que es la pura verdad. El ser humano necesita alimentarse para vivir) y no de forma subjetiva (como algo horrible que engorda, como si cada cosita que entra por la boca sumase su peso tal cual al nuestro. ¡Esto es la mayor estupidez que existe! Aunque sepa de sobra que en los momentos de oscuridad no seamos capaces de verlo. Por favor, olvidaros de todos estos pensamientos surrealistas). Y a las personas que conocéis o que tenéis seres queridos atravesando esta lucha, ayudarles a distraerse en las comidas… Nada de hablar de ello.

Tras releer y releer lo que he escrito, os diré que algo no me convence, que siento que no he logrado transmitiros aquello que quería… Estoy pensativa, en la cama, mirando por la ventana. Me estoy poniendo triste. Me estoy poniendo triste porque estoy tratando de pensar qué es la comida para mí, en qué momento se convirtió en mi peor enemiga, en qué momento le concebí ese poder sobre mí… ¿Acaso es la comida la inocente representante de tanto daño como me han hecho algunos compañeros del colegio en mi adolescencia? ¿O la falsa culpable de sentirme extraña y ajena tantas veces al mundo que me rodea? ¿Por qué cuando paso por un momento difícil (una discusión con una amiga, problemas con los chicos, comentarios que han hecho de mí, soledad…) lo primero en lo que pienso es en no comer y cuando como me pongo más triste? ¿Por qué me centro en mí? ¿Por qué me he odiado tanto como para hacerme tanto daño? ¿Cómo para suicidarme poco a poco negándole a mi cuerpo una necesidad tan básica? ¿O acaso ha sido la comida la que ha pagado mi sensación de no controlar nada de lo que pasa afuera? No lo sé. Solo sé que ya pasó el momento de hacerme tantas preguntas. Que el pasado pasado está y que ahora me toca ser feliz y dejar que la comida sea eso, comida y nada más. 

Hay algo que tenéis, que debéis, probar si es que aún no lo habéis hecho. Ver la cara de felicidad de la gente que os quiere cuando, después de haberos visto tan enferma y haber sufrido tanto, te ve comer tranquila y disfrutando algo que, por propia iniciativa, decides comerte. De verdad que, después de seis años, es una sensación tan bonita que no sabría explicarla como se merece.

POR ÚLTIMO DECIROS QUE ME PODÉIS SEGUIR PONIENDO SUGERENCIAS, TEMAS DE LOS QUE QUERÁIS QUE HABLE, DUDAS, PREGUNTAS… GRACIAS.

miércoles, 19 de agosto de 2015

CAMBIAR DE VIDA

Ayer me paraba a pensar, quizás por octogésima vez en estos últimos seis años, cómo sería la recuperación si pudiese cambiar radicalmente mi vida. Es decir, si pudiese irme a vivir a otro país, donde nadie me conociese y donde yo no conociese nada ni a nadie, a empezar de cero.

Sinceramente, sé que esto es algo común a todas las chicas que han pasado por un proceso como el mío. En concreto, sé de una compañera, cuyo nombre claro está no diré aquí, que lo hizo. Se mudaron de casa a un barrio lejano, se cambió de instituto, rompió toda relación con sus amigas de hasta aquel momento y hasta dejó a su novio. 

En parte envidio a mi compañera. Siempre he pensado que el proceso de curación sería mucho más rápido si dejase todo lo que me retiene atrás. Quiero decir esos lugares en los que me vine abajo, esos baños en los que hice tonterías, esa gente que aún a día de hoy si me ve solo puede pensar en aquella Ana frágil y enferma… ¡Hasta mi propia casa! Lo difícil sería dejar a mis amigas, a esas que han estado ahí de manera incondicional y han sido claves en mi recuperación. No, definitivamente no podría dejarlas. Pero, vamos a soñar por un momento. ¿Os imagináis? Llegar nueva  a una ciudad donde nadie te conoce y donde nadie tiene por qué conocer tu pasado. Creo que la curación sería casi instantánea. ¿Por qué? Porque claramente me moriría de ganas por ser una nueva chica, esa que intento ser ahora, una chica que quizás se proyectaba en mi futuro cuando era una preadolescente pero que quedó truncada por la anorexia. Una chica abierta, sin complejos, con una buena autoestima, que pise fuerte… En definitiva, todo aquello que he podido darme cuenta en estos años que es necesario para no caer enferma. Y no os equivoquéis que aquí nadie habla de hipocresía, que lo importante ya sé que es quererse a uno mismo como es, pero un poco de vida no le viene mal a nadie. Que me quiero tal y como soy, pero que he de reconocer que peco de “tristona, quejona y apagadilla” en algunas ocasiones. Y que cuando uno actúa “como si” (como si tuviese una autoestima por las nubes, como si fuese muy sociable, etc, etc), acaba por integrar esas conductas en su forma de ser. 

En conclusión, es más fácil empezar de cero que cambiar esa imagen de “niña protegida” que la gente tiene de ti. Que aunque no tengas anorexia, todos tenemos una imagen que, por alguna mala jugada que nos ha hecho la vida, la gente de tu alrededor tiene acerca de tu persona, y cambiarla es muy difícil. Eso hace que a veces se te apaguen las fuerzas y desesperes de intentar demostrar al mundo la persona que eres en la actualidad. Porque al fin y al cabo, ¿qué más da lo que piensen los demás? Por supuesto que nos importa, pero lo principal es lo que tú pienses sobre ti misma.

Si bien es verdad que en nuestra sociedad es muy fácil tener una imagen preconcebida de las personas, dejando poco margen a que luego esas personas te sorprendan y cambien tus prejuicios. Es por ello que os animo después de leer mi post a que tengáis la mente más abierta, que muchas veces lo que pensamos no coincide con la realidad y podemos estar haciendo daño a otras personas, haciéndoles incluso llegar a pensar algo que en realidad no son.
Bueno, ya sé que esta no es mi mejor entrada del blog, pero me apetecía compartir mis pensamientos de estos días con vosotros. En vacaciones me encuentro en uno de esos ambientes en los que la gente tiene una imagen prefijada en sus mentes de veranos anteriores y eso sí que cuesta cambiarlo. Más que nada porque solo te ven un mes al año y, en once meses, anda que no cambia uno y anda que no le suceden cosas… Pero, como siempre: ¡¡¡A POR TODAAAAAAS!!!!

lunes, 10 de agosto de 2015

EL OCÉANO ATLÁNTICO

Cada año hacia igual. Decía que me iba a dar un paseo por la playa y venía hasta aquí. Hasta la roca que sobresale en el mar. A llorar, a reflexionar, a hacerme pequeñita, a oír el ruido del mar a mi alrededor... ¿Por qué? Creo que ahora tengo la respuesta. 
La anorexia es una enfermedad mental que conlleva una sensación de infinita soledad, de profunda incomprensión por parte del mundo que te rodea. Supongo que, el no poder hacer llaves que permitiesen a los demás entrar en mi cabeza, surcar mi corazón, y ver cómo me sentía, me llevaba a intentar somatizar mis sensaciones. Para que se entienda mejor, necesitaba sentir físicamente, exteriorizar, aquello que por dentro me corroía y me amargaba los días. ¿Y qué era eso que yo sentía? ¿Eso que sienten todas las niñas abrazadas por Ana? Pues ya lo he dicho, una infinita soledad y una profunda incomprensión por parte del mundo que les rodea. ¿Y cómo sacarlo a fuera? ¿Cómo proyectar la imagen de tus pensamientos, de tus mazmorras, en el mundo real? Pues en una roca, abandonada de la mano de Dios en medio del mar, rodeada por el océano a sus cuatro costados. Una roca minúscula en la que sólo cabe una persona. Una persona que deja un retículo mínimo a Ana. 
Esto me lleva a una segunda reflexión. Supongamos que la roca es Ana (no yo, que por suerte o desgracia comparto nombre con el bicho, sino la enfermedad, la anorexia) y que el mar es el proceso largo de curación, necesario para llegar nadando a la orilla, que es la vida a la que necesitamos volver, dejando así a Ana en medio del mar. Ello conlleva tirarse al océano Atlántico a nadar, con un viento gélido besándote la piel y sin la seguridad de llegar sana y salva a la orilla. Se necesita mucha valentía y muchas ganas también, ¿verdad? Pues tan complicada como resulta esta decisión, así resulta la decisión de curarse. Hemos de lanzarnos al océano, donde hará frío, donde nos dolerán los brazos de nadar contracorriente, donde nos sacudirán las olas y muchas otras cosas inesperadas que sólo sabremos cuando estemos nadando hacia la orilla. 
Os cuento todo esto (siempre me han enamorado las metáforas) para deciros que yo ahora estoy en pleno océano Atlántico. Que mi objetivo es la orilla. Y que en la roca he dejado a Ana, que a veces me grita y me dice: "¡no seas bruta y ven a agarrarte un rato a la roca que sino te vas a ahogar!" Pero la hago callar y sigo nadando. 
Y ahora os pregunto, ¿llegaré a la orilla? ¿Comprendéis lo difícil que es? 
Y a las chicas abrazadas por Ana os propongo: ¿os atrevéis a dar el salto desde la roca y nadar conmigo hasta la orilla? Os prometo que allí nos esperan un montón de cosas buenas y que cuanto más tardemos en dar el salto más cosas nos perderemos.

jueves, 6 de agosto de 2015

LOS NIÑOS SIEMPRE DICEN LA VERDAD

Esta mañana estaba peinando a mi sobrina de cinco años cuando de repente me dice: 

- Ana, ¿ya tienes tripa? -

A lo que le contesto:

- ¿Tripa? Yo no estoy embarazada.-

- Yo tampoco pero tengo tripa.-

Confusa, le pregunto:

- ¿Es que yo no tengo tripa?-

- No. Mira, cuando termines de peinarme te lo demuestro.-

Termino, me levanta la camiseta del pijama y me dice:

- ¿Ves? Tienes esto hacia dentro y hay que tenerlo hacia fuera como yo.-

Pues eso. Ahora reflexiona... 

miércoles, 5 de agosto de 2015

SEGUNDA CARTA A LA ANOREXIA

Querida Ana o, como acostumbro a llamarte, querido bicho:

Estaba tomándome unos días para comprobar si de verdad habías aceptado mi oferta de irte tú también de vacaciones. Cuánto me alegra ver que sí.

No me interesa preguntarte qué tal, solo espero que, al igual que estás haciendo conmigo, estés dejando descansar a muchas personas y que, por parte de otras muchas, te estés encontrando una buena cuantía de puertas cerradas.

Ya que no estoy acostumbrada a esta increíble sensación de estar sin ti, te contaré lo bien que me va en tu ausencia. 

He vuelto al lápiz y al papel porque ya sabes que aquí en la playa no tengo wifi. Así que te escribo sentada frente al mar en una de esas rocas en la que tantas veces me has susurrado al oído. Mar que hoy en día es más grande en consecuencia a mis infinitas y amargas lágrimas que se han unido a él a lo largo de estos seis veranos. 



Una vez supe que volveríamos un año más a la misma casa, me cercioré de cambiar la cerradura y establecí de antemano las estrategias adecuadas para que no pudieses volver conmigo. En esta casa me atrapaste aquel primer verano cuando yo era una cría de catorce años perdida e inocente. Me acababan de cortar el pelo a mitad del cuello, justo como me lo he cortado ahora. Y hoy, mientras me observaba en el espejo, he pensado: “¿no sería una forma maravillosa de acabar con todo esto del mismo modo que empezó? ¿Con un corte de pelo?" E inmediatamente una tímida sonrisa se ha esbozado en la comisura de mis labios. Para mí era otra potente señal de que todo esto debe acabar este mismo verano.

Todo esta cambiando, ¿sabes? Ahora trato de exprimir cada momento. Me permito tumbarme a escuchar la suave melodia de las olas rompiendo en la orilla, a sentir como el Sol calienta poco a poco mi cálida piel, a hundir los pies en la suave y esponjosa arena.... Corro con mis sobrinas por toda la playa y construimos castillos de arena, como si volviese a tener cinco años. Aunque corra, no voy con prisa, ni trato de quemar calorías, tan solo lo hago por diversión. 

Con frecuencia, trato de convencer a mi sobrina para que nos echemos la siesta. Sí, la siesta. Esa que tú nunca me dejabas echarme porque me querías hacer creer que si me quedaba quieta después de comer me pondría como el muñeco Michelín. 

Eso sí, te agradecería que dejaras de intentar contactar conmigo. En especial, cada vez que decido disfrutar de un pequeño capricho. Como ayer, que fue el cumpleaños de papá y compramos una tarta de chuches con la que nos empachamos todos juntos antes de irnos a dormir. Te lo digo porque esos momentos son únicos e irrepetibles y a ti nadie te ha invitado para que los estropees. Menos mala que la potente suma de todas nuestras risas pudo ensordecer tus gritos y para cuando quisiste volver ya me había quedado dormida con una dulce sonrisa, mezcla de orgullo y disfrute, en mi rostro. 

Estoy feliz y creo que me cuesta permitirme estarlo. A veces me siento extraña y me planteo si necesito llorar. Y es que no estoy acostumbrada a esta sensación. A tener ganas de tomarme un helado. A mirarme en el espejo y sorprenderme a mí misma poniendo moriros, posando y sonriendo al ver mi reflejo. 

Todo va muy deprisa y es que, por si acaso el próximo año ya no volvemos a esta casa, quiero que lo que aquí empezó, aquí llegue a su fin. Para que a partir de ahora mis veranos sean diferentes. 

Luchar gasta mucha energía, me mantiene en forma, Audi que te mando por MRW todos tus malvados y enfermizos trucos para adelgazar y todo eso que tú y yo compartimos en su día. Y si a la vuelta del verano he cogido algo de peso, no pasa nada, porque en mi cabeza pesaran mas los buenos recuerdos y los logros del verano. 

Lo siento, pero ya me has robado demasiadas vacaciones, ahora me toca a mí. 

Por favor, no vuelvas nunca.