martes, 15 de septiembre de 2015

CARTA A LA ANOREXIA

Querida anorexia o, como acostumbro a llamarte, querido bicho:

Me has robado seis años de mi vida. Robado porque esos años jamás podré volverlos a vivir. Seis años en los que he vivido aislada en un reino de oscuridad y llanto. Seis años esclava de ti. 


He perdido mi adolescencia. He cambiado las copas por batidos de proteínas, los modelitos de las adolescentes por pijamas de hospital, el maquillaje por ojeras, la felicidad por tristeza, las discotecas y planes por talleres de mierda…

Aún recuerdo cada noche cómo empezó todo. Como un juego. O eso me querías hacer creer.
Acababa de cumplir 14 años y mi cuerpo me parecía enorme al lado de todas mis compañeras. La gente me decía que es que yo me había desarrollado antes, me había convertido en mujer: caderas, muslos, pecho... mientras que ellas conservaban aún su cuerpo de niñas: piernas infinitas como palos, planas, cuerpo recto sin curvas... Pero lo que la gente me decía me daba igual, yo me veía GORDA. Así que empecé a tirar la comida, a no comer si nadie me vigilaba... Y llegó el día en que me encerré en el cuarto de baño y pensé: "¿y si vomito? Solo quiero probar y perder así un poco de peso, PODRÉ PARAR CUANDO QUIERA". Ingenua de mí, ese día firmé contigo mi sentencia de muerte, pero yo, claro está, ni me lo podía imaginar.

Llegó el verano y subí a la sierra a pasar quince días de julio con mi cuñada y mi hermano. Para entonces, vomitar era mi droga y no entendía qué me pasaba, pero me encontraba fatal y solo quería llorar, estaba asustada. Así que decidí contárselo a mi cuñada, que era como la hermana que nunca había tenido (ya que todos mis hermanos son chicos) y le hice prometer que jamás diría nada a nadie. Ella lloró mucho, pero me lo prometió, y también me dijo que ella sería mi apoyo y en nada todo esto habría sido una pesadilla. Pero llegó un día en que mi cuerpo decidió emitir su primer signo de alerta. Íbamos paseando en bici por el pueblo y yo iba por delante diciendo "¡mira, voy de pie!" Lo siguiente que recuero es estar en el suelo y empezar a llorar de dolor. Me había desmayado. Mi cuñada me dijo que me caí a plomo en el asfalto, mis piernas rebotaron varias veces contra el duro suelo antes de quedar inmóviles. Tenía el brazo roto y un montón de heridas por todo el cuerpo: cadera, mano, codo, barbilla... El impacto fue lo que me despertó. Todo me daba vueltas y era incapaz de ponerme de pie. Un señor que pasaba por allí en coche, se ofreció a acercarme al centro de salud. Me montaron en el coche y esperé en la puerta del centro a que llegase mi cuñada andando con las dos bicis. Cuando llegó y salió el médico volví a perder el conocimiento. Me desperté en una camilla con un médico dándome tortas en la cara para que recuperase el conocimiento y ella con los ojos cargados de lágrimas, agarrada a mis tobillos con fuerza. Cuando volví en mí, estuve un rato en la camilla mientras me hacían preguntas y me tomaban la tensión, me analizaban la glucosa y me median la frecuencia de mis latidos.

Nos mandaron al Hospital Puerta de Hierro para que me hiciesen una radiografía en el brazo y me viese un médico especialista. 

Para entonces, mi hermano y su mujer ya habían llamado a mi madre, tranquilizándola con que había solo había sido un rasguño y que me encontraba perfectamente. 

Nunca olvidaré a aquel médico tocándome el hueso de la cadera y preguntándome: "¿qué es esto?" A lo que yo respondí plenamente convencida: "¡un michelín!"

Mi cuñada cumplió su promesa y, a pesar de las preguntas del médico acerca de mi alimentación, no dijo nada.

Por supuesto, "YO SOLO ESTABA ADELGAZADO, NO TENÍA NINGUNA ENFERMEDAD". 

Mi cuñada se marchó a veranear a Sevilla y yo necesitaba hablar con ella a todas horas. Por entonces no existía el WhatsApp, nos escribíamos por SMS. 

Entonces, un día de julio, a las tres de la mañana, mi madre entró en mi habitación mientras yo dormía y me puso el móvil delante de la cara, empezando a gritar que qué demonios era eso (todos aquellos mensajes con mi cuñada en los que hablaba de mi cuerpo y de comida). Perdí los nervios. Había descubierto mi secreto. Al día siguiente me llevó al pediatra de la familia, quién me habló de anorexia y recomendó una psicóloga a mi madre.

Mis padres ya sabían lo que hacía, ahora ya no había secretos, así que podía optar por no comer directamente, no tenía que ocultarme más. 

Llegó el verano y nos fuimos a Galicia como cada mes de agosto. Hice mucho deporte y apenas comí nada. Mi madre lloraba pero yo "era feliz", aunque claro está, seguía viéndome como una foca.

Al volver de Galicia, había perdido mucho peso. Empecé a entrar en contacto con términos como IMC y que, hoy en día, forman parte de mi diccionario personal de la vida diaria. Memoricé ese 2,8224 que es mi altura al cuadrado, de modo que cuando alguien decía cuál era mi IMC yo solo tenía que multiplicar aquel número por mi IMC para saber mi peso. Calculadora de pesos y calculadora de calorías, en eso me habías convertido. Hiciste que pareciese buena en matemáticas cuando siempre las había aborrecido.

Empezó el colegio. Mi madre me había cortado el pelo modo chico porque se me caía y, según ella, me hacía una melena fea y descuidada. He de decir aquí que el pelo tardó más de un año en empezar a crecer. En el colegio todo el mundo, profesores y alumnos, murmuraba y me miraba con caras incrédulas. Mi nueva tutora me vigilaba en la hora del patio, asegurándose de que tomase mi media mañana (barritas hipercalóricas marca Meritene), y tenía que ir al baño acompañada de una amiga o compañera.

Tenía una compañera que, por constitución, era extremadamente delgada. Me comparaba con ella a todas horas. Mi madre, preocupada, se lo comentó a mi tutora, la cual le dijo que yo estaba bastante más delgada que aquella chica. Al día siguiente, cuando vi a mi tutora, me enfadé mucho con ella y le dije que por qué había mentido a mi madre, a lo que ella me respondió que no había mentido, que sólo había dicho la verdad, que yo era la más delgada de la clase. Aun así, a esas alturas yo ya tenía mi propia teoría: "la gente me dice que estoy delgada, pero es mentira, solo lo dicen para hacerme sentir bien", que pronto evolucionó a: “la gente me dice que estoy delgada para que coma bien y deje de vomitar y hacer deporte, pero en realidad no lo estoy”.

Mis padres me llevaron a una psiquiatra privada. Habló conmigo, con ellos, me pesó e hizo un informe de ingreso acompañado de estas palabras: "esta niña está muy mal, la va a pasar algo en cualquier momento. Cuando le pase, llevarla al Hospital del Niño Jesús y entregar este informe de ingreso”. Todo esto lo recuerdo muy bien. Recuerdo sus palabras exactas porque, efectivamente, al día siguiente al levantarme para ir al colegio me desmayé y mi madre me encontró inconsciente en el pasillo. Cuando abrí los ojos me tenía sujeta entre sus brazos, llorando y gritando mi nombre. 

Llegamos al hospital, me explicaron que mi corazón latía muy lento y se podría llegar a parar, y me dijeron que me tenían que ingresar en la Unidad de Trastornos de la Alimentación. Yo estaba cansada de chillarle a todo el mundo que YO NO ESTABA ENFERMA, NI TENÍA ANOREXIA NI NADA POR EL ESTILO, pero he de reconocer que ese día me asusté y empecé a llorar, a decir que de verdad iba a hacer las cosas bien, pero que no me ingresasen. Como mi madre tampoco quería un ingreso, me dirigieron un ingreso domiciliario, que era como estar ingresada pero en casa. Nada de colegio ni de salir a la calle, pasaba el día tumbada y comiendo con una dieta marcada por el hospital, tan sólo podía levantarme para ir al baño.

Cuando recuperé peso y llegué a mi IMC mínimo saludable, empecé a ir algunas horas al colegio y a un grupo de terapia los miércoles junto a otras niñas que "estaban en mi misma situación".

Escribía un diario ese curso, un diario en el que las frases más repetidas, en letras mayúsculas y bien grandes eran: "ME ESTÁN PONIENDO COMO UNA FOCA", “¿NO QUERÉIS QUE SEA FELIZ? ENTONCES, ¿POR QUÉ NO ME DEJÁIS ADELGAZAR TRANQUILA?”, " YO SÓLO QUIERO SER FELIZ Y NO SERÉ FELIZ MIENTRAS NO ESTÉ DELGADA", "QUIERO QUE TODO EL MUNDO ME DEJE EN PAZ"... 

Llegó un día en el que me enteré de mi peso y perdí el juicio, me puse a llorar y a chillar que me habían dejado estar gorda y cosas por el estilo. Al día siguiente recibimos una llamada del hospital en la que nos avisaban de que aquel mismo lunes tenía que ir a Hospital de Día.

En Hospital de Día me negué a hacer las cosas bien. Cuando se hartaron de mí, me intentaron poner la sonda, pero cuando estaban a punto de hacerlo, llegó mi psicóloga y se lo prohibió. El caso es que escuché a una niña decir que si te hacías daño te echaban para que las demás niñas no lo viesen. La creí, así que al llegar a casa cogí un cúter y empecé a descargar mi ira, enfado y demás sentimientos sobre mi pálido brazo. Me echaron de Hospital de Día y, a cambio, tengo una horrible cicatriz en mi brazo izquierdo para toda la vida. 

El psiquiatra se enfadó mucho. No sabían qué hacer conmigo. Yo estaba feliz porque me había salido con la mía y ahora no tenía que ir a Hospital de Día. El médico le dijo a mi madre que tenían que ingresarme, pero mi madre suplicó que no lo hicieran. 

Las cosas que tienen que pasar al final siempre pasan, por lo que el ingreso llegó al comienzo del curso siguiente, en primero de Bachillerato. 

Siempre que empezaba el curso recaía. Desayunaba y después me iba corriendo al colegio a vomitar. Comía y después me iba corriendo a la biblioteca a vomitar. Tiraba la merienda. Y ponía pegas para la cena. Como es de esperar, perdí mucho peso, así que esta vez el ingreso fue inminente.

Aún recuerdo cuando le rebatía a la psicóloga: "a mí nunca me van a ingresar, yo no estoy enferma, eso a mí no me va a pasar. No estoy delgada, ahí solo ingresan a chicas muy delgadas, no a chicas como yo".

Ingresé durante mes y medio en la Sala Santiago, la sala de TCA, en El Niño Jesús. 

Toda las que allí estábamos lo llamábamos infierno: tiempos para comer, rebañar la última gota, beberse el aliño de la ensalada, comerse la piel del pollo, baños y ventanas cerradas con llave, dietas de 2500 kcal más batidos hipercalóricas lo que hacían 3500, reposo todo el día en la cama, ganarte privilegios como visitas, talleres, estudio... De verdad, si queréis castigar a alguien, no le deseéis la muerte, desearle un ingreso por TCA. 

No me apetece hablar del ingreso, creo que con eso ya lo he dicho todo. Sólo quiero decir que es allí donde tengo el peor recuerdo de toda mi vida; el día que me pusieron la sonda por negarme a tomarme un flan. Me sujetaron con fuerza a pesar de mi lucha, mis llantos y mis gritos. Mientras el tubo pasaba de mi nariz a mi estómago, un pensamiento me atormentaba: "¡mi voz! ¡Mis cuerdas vocales!" Lo peor es cuando te dicen: "si no te calmas duele más". ¿¡Cómo me voy a calmar?! Una vez me sacaron bruscamente la sonda me mandaron a reposar. Me salía sangre por la nariz y por la boca y no me dejaron entrar al baño a coger un pañuelo. Me tumbé boca abajo en la cama llorando contra la almohada. Tardé horas en calmarme.

Después del primer ingreso pasé dos meses en Hospital de Día. 

Tras la experiencia, ya era consciente de que estaba enferma y decidí curarme, pero al curso siguiente volví a caer en la rutina de los vómitos y las mentiras y volví a ingresar otro mes y medio.

Lo peor de todo es que el tiempo iba a pasando y yo seguía enferma, solo quería llorar, estar sola y desaparecer y mis cumpleaños eran a cada cual más tristes. Soplé las velas de mis 18 con los ojos enlagrimados. NO ERA FELIZ. Tú, anorexia, me habías robado la adolescencia y no podía hacer nada para recuperarla. 

Reuní muchas fuerzas, me apoyé en mis seres queridos y empecé a luchar contra el bicho. Ya era hora de ganarle la batalla.

A pesar de mis ingresos, recaídas, hospital de día, terapias, revisiones... mi nota media de bachillerato fue de 9,2 y mi nota de selectividad un 12,8, con un 10 en lengua y literatura y todo.

Por fin acabé el colegio y con ello me aseguré de no volver a esos lugares que me habían visto enfermar y recaer, ni sufrir diariamente las burlas y rumores de mis compañeros, si se les puede llamar así. Así que empecé la universidad y con ella empezó mi recuperación. 

En junio de 2014 me dieron el alta en El Niño Jesús. Fue el día más feliz de mi vida. Aunque una psiquiatra externa tenía que hacerme un seguimiento mensual para comprobar que todo iba bien y no perdía peso.

Me gustaría decir que ahí acabo todo. Que me curé y que ahora soy feliz. 

Por desgracia, antes de empezar tercero, el bicho comenzó a llamar desesperado a mi puerta. Al principio, como siempre, creí que yo podría con él. Pensé que había cogido demasiado peso (Mi IMC era de 18,5 pero el bicho me susurraba al oído que estaba muy gorda) y que cuando perdiese un poco pararía. Me atrapó. Muy fuerte esta vez. La caída fue más dura que nunca porque creía que me había curado para siempre y no era así.

Como las veces anteriores: mentiras, vómitos en cada esquina, saltarme comidas y, sobre todo, mucha tristeza. Lloraba a todas horas, no me creía lo que estaba pasando. Además, bicho, te habías hecho tan fuerte que no podía luchar contra ti. Una tristeza inexplicable, como si me desgarrasen por dentro. Me retorcía en la cama chillando contra la almohada y ahogada en mi propio llanto. No quería salir de la cama y no quería que nadie me viese en ese estado.

La psiquiatra me pidió que cada día fuese a la farmacia a tomarme la tensión y, sobre todo, a medirme la frecuencia de los latidos.

Como no, llegó el día en que mi cuerpo no aguantó más y me desmayé en medio del campus de la universidad. Una ambulancia me llevó al Hospital Puerta de Hierro, donde me pusieron una vía con suero.

Ante esta situación, la psiquiatra propuso un ingreso inmediato. Me pidió que volviese al Niño Jesús por si fuese posible un ingreso a pesar de tener 19 años. La doctora Faya, que había sido mi psiquiatra todos esos años, nos trató a mi madre y a mí de un modo admirable. El ingreso allí era imposible, pero habló con otro psiquiatra que me citó en La Clínica La Luz esa misma tarde.

Cuando tienes esta edad y tienes este problema no hay sitios que te traten en condiciones. En los hospitales públicos ingresas junto a otros pacientes de psiquiatría, pero no tienen unidad de TCA. Sólo te queda la opción de ITA, en Barcelona, pero allí una vez que ingresas nadie sabe cuándo vas a salir: un mes, cuatro meses, un año, dos años... Cuando era más pequeña siempre me amenazaban con mandarme a ITA. 

El caso es que una vez en la Clínica La Luz nos explicaron que un ingreso de esas características suponía 300€ al día, ya que ninguna aseguradora privada cubría un ingreso por TCA. Me puse muy nerviosa, había destrozado la vida a mis padres ¿y encima les iba a arruinar? Me negué. Entonces me dieron la posibilidad de pasar allí el día y dormir en casa. Empecé a ir allí todos los días: comidas bajo supervisión y reposos. Al poco llego la noticia de que el seguro escolar cubriría un 70%, lo cual me alivió un poco. Me costó abandonar el vómito, pero a día de hoy pienso que basta con meterse un día los dedos para quedar atrapada de nuevo por la enfermedad.  

El proceso es largo y llevo desde octubre en el hospital, aunque ahora ya solo voy a comer al mediodía, no es como antes que pasaba allí la tarde y hasta después del reposo de la cena no volvía a casa. Ahora estamos en mayo y mi evolución ha sido bastante buena. Solo rezo para que esta vez sea la definitiva y pueda empezar a vivir mi propia vida, no la del bicho como hasta ahora. Bueno, para ser sinceros, rezo para empezar a vivir de nuevo, porque LA ANOREXIA ES EXPERIMENTAR LA PROPIA MUERTE EN VIDA.

Sueño con volver a disfrutar de un helado un día caluroso de verano con mis sobrinos, de una merienda explosiva con mis mejores amigas o de una fiesta de cumpleaños, de esas que comes tanto que luego nunca cenas. Porque ya no recuerdo como es, porque la última vez que hice algo así y lo disfruté sin pensar en nada más tenía 13 años.

Si por algún casual os preguntáis por cómo me veo al mirarme en un espejo o por cómo me he visto estos dos años atrás que estaba tan bien, os diré que JAMÁS ME HE VISTO DELGADA, PERO DE ESTO SE NUTRE LA ENFERMEDAD, así que he aprendido a confiar en los que me quieren y a razonar objetivamente, porque con un 18 de IMC y una talla 36 nadie puede estar gordo. Además, ¿y si estuviese gorda? Ahora me cuesta mucho pensarlo y que me de igual porque aún me estoy curando, pero tengo muy claro que mientras me preocupe mi apariencia externa NUNCA SERÉ FELIZ. 

Y para todas esas chicas que al leer esta carta pensáis: “A MÍ TODO ESTO NUNCA ME VA A PASAR, YO NO ESTOY ENFERMA”, os diré una cosa que quiero que recordéis siempre: PASA. Y lo peor es que no solo pasan ingresos, hospitales, terapias, depresiones, desmayos, caídas del cabello… es que ESTA ENFERMEDAD MATA. El corazón es un músculo. Con esta enfermedad pierdes masa muscular y el corazón se resiente como los demás músculos del cuerpo, por eso empieza a latir más lentamente. Pero llega un día en que está tan cansado que SE PARA. Yo estuve a punto de morir, Dios sabe por qué me salvé. Pero una de mis compañeras murió con tan solo dieciocho años. Se acababa de curar, era feliz, pero su corazón había sufrido tanto que ya no pudo resistir más y se paró para siempre.
Por eso, odiado bicho, te digo QUE CONMIGO NO VAS A PODER PORQUE YO QUIERO VIVIR, PORQUE YO QUIERO SER FELIZ, Y NO PARARÉ HASTA HABERTE APLASTADO.
NO SEGUIRÉ SIENDO TU ESCLAVA.
Hasta nunca,

6 comentarios:

  1. Hola Ana, soy Lourdes. Quería decirte que sigo leyendo con interés cada una de tus entradas. Y, desde luego, ésta es una de las más desagarradoras, quizá por ser de las primeras que escribiste, quizá porque en ella se condensan muchas vivencias, lo cierto es que uno se estremece al leerla.
    Me parece muy importante la labor que estás haciendo y me gustaría compartir el enlace en facebook ¿me das tu conformidad?
    Creo que podrías ser una gran psicóloga o terapeuta, aunque no sé qué elegiste estudiar. Se te da muy bien comunicar, enhorabuena, sigue así.
    Un beso muy grande y ánimo campeona!
    Lourdes

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  2. Hola Lourdes!!!!!! Gracias!!! Claro que puedes compartirlo, es más, compártelo por favor! Jajajja Tengo una página en Facebook "HASTA NUNCA QUERIDA ANA"
    Pues estoy estudiando magisterio, pero acabo este año ya y creo que quiero estudiar también psicología. Un abrazo enorme

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  3. Ana, te echo en falta!!
    Espero que no escribas porque todo te vaya tan bien que no tengas ni tiempo :)
    Espero leerte pronto.
    Un abarazo gigante.

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    1. Querida Aire: arriba tienes tu respuesta ;)

      Un abrazo,

      Ana

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    2. Querida Aire: arriba tienes tu respuesta ;)

      Un abrazo,

      Ana

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