sábado, 22 de agosto de 2015

YO VS. COMIDA

Día de lluvia… Supongo que llevo ya un tiempo intentando escribir este post, pero me cuesta empezar a hacerlo. Ya cuando inicié mi aventura “internaútica” una seguidora me preguntó que qué es lo que sentía frente a un plato de comida. Espero que este post cumpla tus expectativas y que, a los demás, les permita ponerse en el lugar de una persona que padece anorexia o, como nunca es tarde si la dicha es buena, en el de alguien que padeció anorexia y se sintió incomprendida.

Al igual que cuando he hablado de los espejos, la distorsión y algunas otras características propias de esta enfermedad, he de decir que para la relación con la comida también hay fases. Por ello os contaré las diferentes etapas por las que yo he pasado a lo largo de la enfermedad con respecto a ella.

“LA COMIDA, MI GRAN ENEMIGA” podría ser un buen título para un libro sobre el inicio de la anorexia. Ya que así es como todas las chicas ven la comida a lo largo de este duro proceso. La pena es que este “eslogan” turbe tu mente y no te deje ver que la gran enemiga no es la comida, sino tú misma, la enfermedad y, si me dejáis decirlo, la propia sociedad en la que vivimos (porque, haciendo un inciso, ¿nunca os habéis parado a pensar en que todas las modelos de anuncios de comidas, como pueden ser los de los helados, son delgadísimas?).

Mi hermano mayor le contaba a mi prima una vez lo doloroso que era verme ahogada en un mar de lágrimas frente a unas pocas hojas de lechuga. Esto es algo que se me ha quedado grabado a fuego. ¿Qué podría estar pasando por mi cabeza en aquel entonces para sufrir y derrumbarme frente a un poco de lechuga? ¡LECHUGA! ¡Que es, creo yo, la cosa más poco calórica que existe en el mundo! ¡Que podríamos pasar el día tomando lechuga y equivaldría a no estar comiendo nada! 

¿Qué nos pasa con la comida? ¿Qué significa la comida para nosotras? ¿Qué es lo que depositamos en ella? ¿Rabia? ¿Incomprensión? ¿Tristeza? ¿Enfado? Sea lo que sea, creo que a día de hoy, no sé explicar por qué un filete de pollo o cualquier otro alimento insulso pueden causar tanto pavor en una persona. Y digo pavor porque el cuerpo se te pone tenso, te entran ganas de llorar, de gritar a todo el mundo, de estampar el plato contra la pared… y no sabes por qué. Es tal el grado de control del bicho que por tu cabeza solo pasa una y otra vez, como si de un disco rayado se tratase, la palabra GORDA. Pero, ¿y qué pasa cuando cortas un ridículo trozo y te lo metes, con los ojos apretados, las lágrimas por las mejillas, el cuerpo tenso y las piernas “con el baile de sambito” (así le llama mi padre), en la boca? Empiezas a masticarlo como si fuese la cosa más asquerosa del mundo, intentando apenas saborearlo, te lo tragas y las lágrimas se acrecientan. A veces no lloras, simplemente te quedas mirando a un punto fijo, rabiando por dentro, con “el baile de sambito”… hasta que puedes salir de allí corriendo.

El reposo después de la comida puede llegar a ser aún más infernal que la comida. De ahí la importancia de estar entretenida y acompañada. Pero bueno, más adelante dedicaré una entrada a este tema.

Seguimos con la comida. He empezado poniéndome en la situación en la que la enfermedad está muy activa. De hecho, os diré aquí en petit comité que mi prima supo de mi recaída porque, según ella, otra vez empezaba a mirar la comida como si me fuese a matar, a dejar mucho en el plato, a hacer trozos pequeños… Pero, sobre todo, por la forma de comportarme en la mesa, centrándome en mi plato con la cara desencajada. Llegó un día en que ya se me notaba tanto que me obligó a echarme más y entonces, en el momento en que decía “no quiero”, fue cuando exploté a llorar. No quería admitir que había recaído. Fue uno de los días más duros de mi vida. El bicho se había apoderado de mí completamente, cualquier trozo de comida que rozaba mis labios era similar a que me clavasen un cuchillo en el abdomen. Pero no quiero hablar de esto ahora. De esto hablé en mi carta, ahora quiero hablar de la comida.

Si avanzamos más allá en el proceso de la enfermedad, llegamos al punto en que eres consciente de que tienes que comer porque si no te mueres. Ahora comes, pero no puedes evitar seguir el cucharón que va de la fuente a tu plato para decir “para, para, para, ya está” a la más mínima. Vamos, que comes sí, pero nada y menos. Sigues teniendo mucho pánico a la comida. Comes, pero si están contigo y te obligan. Si te quedas sola no eres capaz de comer. 

Y después viene el punto en el que no quieres que se te note que tienes un problema, así que tratas de comer como los demás (bueno, si puede ser un poco menos sin que se note, mejor que mejor). Hasta sueltas frases como “¡qué rico!” o “¡qué bueno está esto!”. Frases que, por desgracia, no te las crees ni tú… Pero el después… Ese batido que te has tomado porque todos lo han hecho y tú no ibas a ser menos… Como se hace notar el remordimiento luego… Si estás en esta fase vas por buen camino porque en unas semanas ya no te acordarás del batido, te acordarás de que pasaste una tarde estupenda con tus amigas.

¿Cuándo sabes si estás superando la enfermedad? Pues supongo que cuando te permites darte caprichos sin que nadie te obligue a ello y te dices después a ti misma: “si todo el mundo lo hace, ¿por qué yo no?” Y cuesta, jolín si cuesta… Como lo que más… Pero luchar contra esa idea absurda de que el helado que te acabas de tomar te va a engordar dos kilos es lo mejor que puedes hacer para callarle la boca al bicho. Yo ahora estoy en esta fase, pero hay días muy difíciles, sobre todo después de tantos años, porque cuesta años llegar hasta este punto y todos tenemos recaídas. ¿Un consejo? Pon en una balanza el helado con el momento que has pasado mientras tomabas el helado. ¿Con qué te quedas? ¿Con el helado y sus calorías o con las risas, las anécdotas y la compañía de la situación? A mí me ayuda mucho pensar en esto último. Hoy, por ejemplo, he ido con mi familia a comer a un sitio en el monte donde prepara solo barbacoa. Estaba llena y me sentía algo incómoda. Al llegar el postre (solo había helados) todos se han pedido almendrados de Magnum y, después de pensar mucho, me he dicho: ¿por qué no voy a ser yo como ellos? Y me he tomado mi helado. ¿Después? Después como es un día de lluvia no he tenido nada de actividad. Llevo toda la tarde en casa sin hacer nada en especial. ¿Remordimientos? ¡Fuera! Hemos pasado un rato genial ¡y las vistas, aunque nublado, eran espectaculares! ¡QUE UN DÍA NO ENGORDA A NADIE! ¡Y DOS TAMPOCO! Jajajaja 

Como siempre, no sé si os puede servir de ayuda mi experiencia. El último consejo que os doy es que veáis la comida de forma objetiva (es la gasolina de nuestro cuerpo y sí, seguro que este ejemplo del coche y la gasolina estáis hartos de oírla, yo también lo estaba, pero es que es la pura verdad. El ser humano necesita alimentarse para vivir) y no de forma subjetiva (como algo horrible que engorda, como si cada cosita que entra por la boca sumase su peso tal cual al nuestro. ¡Esto es la mayor estupidez que existe! Aunque sepa de sobra que en los momentos de oscuridad no seamos capaces de verlo. Por favor, olvidaros de todos estos pensamientos surrealistas). Y a las personas que conocéis o que tenéis seres queridos atravesando esta lucha, ayudarles a distraerse en las comidas… Nada de hablar de ello.

Tras releer y releer lo que he escrito, os diré que algo no me convence, que siento que no he logrado transmitiros aquello que quería… Estoy pensativa, en la cama, mirando por la ventana. Me estoy poniendo triste. Me estoy poniendo triste porque estoy tratando de pensar qué es la comida para mí, en qué momento se convirtió en mi peor enemiga, en qué momento le concebí ese poder sobre mí… ¿Acaso es la comida la inocente representante de tanto daño como me han hecho algunos compañeros del colegio en mi adolescencia? ¿O la falsa culpable de sentirme extraña y ajena tantas veces al mundo que me rodea? ¿Por qué cuando paso por un momento difícil (una discusión con una amiga, problemas con los chicos, comentarios que han hecho de mí, soledad…) lo primero en lo que pienso es en no comer y cuando como me pongo más triste? ¿Por qué me centro en mí? ¿Por qué me he odiado tanto como para hacerme tanto daño? ¿Cómo para suicidarme poco a poco negándole a mi cuerpo una necesidad tan básica? ¿O acaso ha sido la comida la que ha pagado mi sensación de no controlar nada de lo que pasa afuera? No lo sé. Solo sé que ya pasó el momento de hacerme tantas preguntas. Que el pasado pasado está y que ahora me toca ser feliz y dejar que la comida sea eso, comida y nada más. 

Hay algo que tenéis, que debéis, probar si es que aún no lo habéis hecho. Ver la cara de felicidad de la gente que os quiere cuando, después de haberos visto tan enferma y haber sufrido tanto, te ve comer tranquila y disfrutando algo que, por propia iniciativa, decides comerte. De verdad que, después de seis años, es una sensación tan bonita que no sabría explicarla como se merece.

POR ÚLTIMO DECIROS QUE ME PODÉIS SEGUIR PONIENDO SUGERENCIAS, TEMAS DE LOS QUE QUERÁIS QUE HABLE, DUDAS, PREGUNTAS… GRACIAS.

3 comentarios:

  1. Espectacular como siempre, Ana.
    Transmites mucho, me pones los pelos de punta.
    Qué valiente eres y cómo me gusta leer esos progresos.
    Es maravilloso ver como todo cambia, a mejor claro.
    Espero más buenas noticias tuyas, ya sabes que estoy aquí incondicionalmente.
    un abrazo enorme!!!!

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    1. Muchísimas gracias!!!!! Mi único deseo es que todo esto no caiga en saco roto y os sirva a todos para vencer a ana

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