miércoles, 5 de agosto de 2015

SEGUNDA CARTA A LA ANOREXIA

Querida Ana o, como acostumbro a llamarte, querido bicho:

Estaba tomándome unos días para comprobar si de verdad habías aceptado mi oferta de irte tú también de vacaciones. Cuánto me alegra ver que sí.

No me interesa preguntarte qué tal, solo espero que, al igual que estás haciendo conmigo, estés dejando descansar a muchas personas y que, por parte de otras muchas, te estés encontrando una buena cuantía de puertas cerradas.

Ya que no estoy acostumbrada a esta increíble sensación de estar sin ti, te contaré lo bien que me va en tu ausencia. 

He vuelto al lápiz y al papel porque ya sabes que aquí en la playa no tengo wifi. Así que te escribo sentada frente al mar en una de esas rocas en la que tantas veces me has susurrado al oído. Mar que hoy en día es más grande en consecuencia a mis infinitas y amargas lágrimas que se han unido a él a lo largo de estos seis veranos. 



Una vez supe que volveríamos un año más a la misma casa, me cercioré de cambiar la cerradura y establecí de antemano las estrategias adecuadas para que no pudieses volver conmigo. En esta casa me atrapaste aquel primer verano cuando yo era una cría de catorce años perdida e inocente. Me acababan de cortar el pelo a mitad del cuello, justo como me lo he cortado ahora. Y hoy, mientras me observaba en el espejo, he pensado: “¿no sería una forma maravillosa de acabar con todo esto del mismo modo que empezó? ¿Con un corte de pelo?" E inmediatamente una tímida sonrisa se ha esbozado en la comisura de mis labios. Para mí era otra potente señal de que todo esto debe acabar este mismo verano.

Todo esta cambiando, ¿sabes? Ahora trato de exprimir cada momento. Me permito tumbarme a escuchar la suave melodia de las olas rompiendo en la orilla, a sentir como el Sol calienta poco a poco mi cálida piel, a hundir los pies en la suave y esponjosa arena.... Corro con mis sobrinas por toda la playa y construimos castillos de arena, como si volviese a tener cinco años. Aunque corra, no voy con prisa, ni trato de quemar calorías, tan solo lo hago por diversión. 

Con frecuencia, trato de convencer a mi sobrina para que nos echemos la siesta. Sí, la siesta. Esa que tú nunca me dejabas echarme porque me querías hacer creer que si me quedaba quieta después de comer me pondría como el muñeco Michelín. 

Eso sí, te agradecería que dejaras de intentar contactar conmigo. En especial, cada vez que decido disfrutar de un pequeño capricho. Como ayer, que fue el cumpleaños de papá y compramos una tarta de chuches con la que nos empachamos todos juntos antes de irnos a dormir. Te lo digo porque esos momentos son únicos e irrepetibles y a ti nadie te ha invitado para que los estropees. Menos mala que la potente suma de todas nuestras risas pudo ensordecer tus gritos y para cuando quisiste volver ya me había quedado dormida con una dulce sonrisa, mezcla de orgullo y disfrute, en mi rostro. 

Estoy feliz y creo que me cuesta permitirme estarlo. A veces me siento extraña y me planteo si necesito llorar. Y es que no estoy acostumbrada a esta sensación. A tener ganas de tomarme un helado. A mirarme en el espejo y sorprenderme a mí misma poniendo moriros, posando y sonriendo al ver mi reflejo. 

Todo va muy deprisa y es que, por si acaso el próximo año ya no volvemos a esta casa, quiero que lo que aquí empezó, aquí llegue a su fin. Para que a partir de ahora mis veranos sean diferentes. 

Luchar gasta mucha energía, me mantiene en forma, Audi que te mando por MRW todos tus malvados y enfermizos trucos para adelgazar y todo eso que tú y yo compartimos en su día. Y si a la vuelta del verano he cogido algo de peso, no pasa nada, porque en mi cabeza pesaran mas los buenos recuerdos y los logros del verano. 

Lo siento, pero ya me has robado demasiadas vacaciones, ahora me toca a mí. 

Por favor, no vuelvas nunca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario